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Trump y la Trampa Rusa: Cuando el Ego Chocó con la Realidad Geopolítica
Trump creyó que el mundo giraba a su antojo, pero la realidad, cruda como la que tenía en las mañanas Yeltsin, le demostró que ni siquiera la Casa Blanca es el centro del universo. El problema con asumir que se tiene control absoluto sobre un ajedrez geopolítico tan complejo es que, a veces, las piezas tienen su propia voluntad, y más si esa pieza es un necio vivaracho como Vladímir Putin. Lo que parecía un idilio de conveniencia entre dos líderes fuertes terminó en un tango de desencuentros, dejando a muchos con la sospecha de que, si bien Trump es un personaje de reality show, Putin es el guionista.
La verdad es que, si bien el ego de Trump no tiene comparación, su comprensión de las dinámicas internacionales se asemeja a la de un turista que cree entender una cultura con solo visitar un restaurante. Trump, con su estilo transaccional, probablemente imaginó que podría “negociar” la lealtad o, al menos, la docilidad de Putin. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que Rusia, con su milenaria desconfianza hacia Occidente, no se pliega fácilmente. Y si bien algunos analistas en su momento se rasgaban las vestiduras previendo una alianza inquebrantable, la realidad fue más bien la de un par de gallos en el mismo gallinero, cada uno buscando su propio grano. Es como si Trump esperara que Putin hiciera un mic drop solo porque él lo pidió, ignorando que el mic en cuestión era ruso y con décadas de tradición en el escenario internacional.
Mientras la historia recordará a Trump como el equivalente de Mijaíl Gorbachov pero de Estados Unidos —un líder ingenuo, que sin quererlo, sembró las semillas de un cambio profundo y la desestabilización de su propia esfera de influencia—, Putin se alzó como el verdadero estratega. La trampa no fue para Putin; la trampa fue para Trump, quien subestimó la independencia y los intereses a largo plazo de Rusia. Al final, lo que queda es la lección de que en el tablero global, la soberbia es el peor de los consejeros, y creer que se puede dictar la voluntad de naciones milenarias es, francamente, una fantasía digna de Hollywood, pero no de la geopolítica real.
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México en la Mira del Dragón y el Águila
En el ajedrez geopolítico actual, México se encuentra en una posición, digamos, “interesante”. Somos el vecino buena onda de Estados Unidos, nuestro principal socio comercial con un intercambio de mercancías que superó los $839 mil millones de dólares en 2024. ¡Casi nada! De hecho, somos su principal proveedor de importaciones y su segundo mayor mercado de exportación. El T-MEC nos da una cierta protección, como bien señalan algunos analistas.
Pero, ¡oh sorpresa!, China también nos guiña el ojo. En 2024, las importaciones mexicanas desde el gigante asiático ascendieron a la nada despreciable suma de $114.49 mil millones de dólares, colocándolo como nuestro segundo mayor proveedor, solo detrás de EE.UU. Algunas empresas chinas, astutas ellas, ven en México una plataforma para sortear los aranceles estadounidenses, enviando componentes o productos semi-ensamblados para luego “maquillarlos” y cruzarlos al norte. ¡Una jugada maestra, digna de Sun Tzu!
Claro que esto no pasa desapercibido en Washington. Ya hay investigaciones en curso y la sospecha de que México se está convirtiendo en una “puerta trasera” para las mercancías chinas. Si bien nuestro gobierno actual ha tomado algunas medidas para tranquilizar a nuestros socios del norte, endureciendo la supervisión del acero y el aluminio chino e incluso elevando aranceles a países fuera del USMCA, la presión podría aumentar, especialmente con la revisión del tratado en 2026.
Así que, ahí estamos, bailando un tango incómodo entre dos potencias. Por un lado, la dependencia económica de Estados Unidos es innegable. Por otro, el creciente comercio con China representa una oportunidad, pero también un riesgo de fricciones con nuestro vecino del norte. Como dice el dicho, “quien con lobos anda, a aullar se enseña”.
Para navegar esta cuerda floja, México necesitará una dosis de astucia diplomática y pragmatismo económico, buscando diversificar sus relaciones sin antagonizar a su socio principal. La clave estará en equilibrar los intereses nacionales con las presiones externas, una tarea titánica pero no imposible.