
Mientras en Occidente algunos aún debaten si el cambio climático es real o si el aguacate es una fruta, una transformación geopolítica de proporciones sísmicas se gesta en silencio. No hablamos de simples ajustes diplomáticos, sino de una reconfiguración total del tablero de ajedrez mundial, donde las reglas del juego que conocimos por décadas parecen desvanecerse más rápido que un billete de cincuenta pesos en un puesto de tacos.
La verdad es que la mayoría de la población occidental, inmersa en la última temporada de su serie favorita y las complejidades de su tarjeta de crédito, difícilmente percibe que el 85% del crecimiento económico global entre 2020 y 2024 provino de economías emergentes y en desarrollo, marcando una clara desviación del centro de gravedad. Esta transición hacia un nuevo orden mundial, citando a un amigo que invierte hasta en criptomonedas con nombres de perros, es más que un simple viraje; “es un reset completo“, y la ironía es que muchos se darán cuenta cuando ya estemos en medio del jaque mate.
Esta gestación no es un capricho de algunos líderes excéntricos, sino la inevitable consecuencia de movimientos tectónicos en la economía, la tecnología y el poder militar. Países que antes eran suplentes en la banca, hoy exigen su lugar en el campo de juego, armados con innovaciones que desafían la hegemonía establecida y una demografía que pone a temblar a las naciones envejecidas. Mientras el “viejo mundo” se aferra a instituciones y narrativas del siglo pasado, el “nuevo mundo” está construyendo puentes, corredores comerciales y alianzas que redefinen las cadenas de suministro y el flujo de capital.
Se estima que para 2030, el 60% de la clase media mundial residirá en Asia, una cifra que, sin ser un economista laureado, suena bastante contundente para entender hacia dónde sopla el viento. La sofisticación para entender esto no radica en leer complejos tratados(aunque me encanta), sino en observar con un poco de pragmatismo cómo se están moviendo las fichas más allá de lo que los típicos medios nos muestran en occidente.
En este vertiginoso escenario, la pregunta crucial no es si habrá un nuevo orden, sino qué rol estaremos jugando en él. ¿Seremos simples espectadores, con la esperanza de que los resultados nos sean favorables, o nos adaptaremos con la agilidad necesaria para ser parte activa de la construcción de ese futuro? La indiferencia o la negación no son estrategias viables; son, de hecho, una invitación a ser relegados.
Al final del día, comprender que la transición ya está en marcha y que las cartas se están repartiendo de nuevo es el primer paso. Ignorarlo sería como querer jugar al póker con un juego de dominó: entretenido, tal vez, pero con consecuencias bastante predecibles y poco gratificantes para el que no entendió las reglas del nuevo juego.