El Pacto del Desierto: Trump y los Saudíes, Entre Elogios y Negocios

El Pacto del Desierto: Trump y los Saudíes, Entre Elogios y Negocios

En un despliegue de diplomacia digno de una telenovela de medianoche, Donald Trump, aquel magnate neoyorquino reconvertido en estadista, viajó a Riad para besar, figurativamente, los pies de Mohamed bin Salman. No fue un beso literal, claro está, sino un acto de adulación tan exagerado que rayó en lo surrealista. Con un discurso que parecía sacado de un manual de autoayuda para dictadores, Trump pintó a Arabia Saudita como un bastión de modernidad y progreso, omitiendo elegantemente los pequeños detalles como la ausencia de elecciones y la lapidación de mujeres.

Según datos de la CIA, Arabia Saudita invierte aproximadamente el 8% de su PIB en gastos militares, un presupuesto que, casualmente, financió en parte la compra de armamento estadounidense por valor de $110 mil millones de dólares. Un negocio redondo, sin duda, donde la retórica y los petrodólares se masajean las espaldas.

La narrativa fue simple: Irán, el enemigo común, el coco de la región. Israel, por supuesto, el faro de la democracia en un mar de autocracias, merecedor de toda alabanza. Y Arabia Saudita, el aliado incondicional, el defensor de la lucha contra el terrorismo, a pesar de sus propias peculiaridades. La puesta en escena fue impecable: alfombras rojas, espadas ceremoniales y una recepción que haría palidecer a cualquier monarca europeo. Trump, con su característico estilo, logró transformar una visita de Estado en un espectáculo de variedades, donde la propaganda y el pragmatismo se fusionaron en un cóctel explosivo. Se podría argumentar, con una pizca de cinismo, que el arte de la diplomacia consiste en decir lo que el otro quiere oír, especialmente cuando hay miles de millones en juego.

Desde mi perspectiva, como un observador libanés, acostumbrado a las complejidades del Medio Oriente, la visita de Trump fue un ejercicio magistral de realpolitik. La hipocresía, como siempre, fue el lubricante que facilitó el engranaje de las relaciones internacionales. Se vendió la idea de una alianza estratégica contra el terrorismo, mientras se ignoraban los derechos humanos y se idolatra a un régimen que, en muchos aspectos, es parte del problema. La ironía de alabar la modernidad de un reino absolutista es, por supuesto, el plato fuerte del menú.

En resumen, Trump logró lo que se propuso: consolidar una alianza con Arabia Saudita, vender armamento y fortalecer su imagen como un líder fuerte en la escena internacional. La realidad, como siempre, es mucho más compleja y menos fotogénica. Pero, en el mundo de la diplomacia, las apariencias a menudo superan a la sustancia. Y en este juego, Trump demostró ser un maestro del espectáculo, un vendedor de ilusiones con un talento innegable para el besamanos real.

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