¡Primero la soberanía! ¿O sólo cuando nos conviene?

La doctora Sheinbaum, con el megáfono en mano y la mirada puesta en las protestas de migrantes indocumentados en California, parece haber olvidado ese pequeño detalle llamado "no inmiscuirse en asuntos ajenos". Mientras tanto, del otro lado del Río Bravo, el Tío Sam y su jefa de Seguridad Nacional, Kristi Noem, no están precisamente aplaudiendo. Para ellos, es una injerencia en toda regla, una provocación que pone en riesgo la ya de por sí frágil relación bilateral, sobre todo con un Trump que no necesita mucho para encenderse. ¿Será que la soberanía es como el Wi-Fi: solo se valora cuando es gratis y lo necesitamos?

Este tipo de declaraciones, más allá del ruido mediático, tienen implicaciones tangibles. En un escenario donde el comercio entre México y Estados Unidos supera los 700 mil millones de dólares anuales, cualquier fricción política puede traducirse en aranceles, retrasos aduaneros o, en el peor de los casos, renegociaciones de tratados comerciales. Para las empresas con cadenas de suministro binacionales, esto es un verdadero dolor de cabeza. Pensemos en la industria automotriz, donde el 60% de los vehículos ensamblados en México se exportan a EE. UU., o en el sector agrícola, que depende en gran medida de las exportaciones al norte. La política, por más que se disfrace de buena voluntad, tiene un precio en el mercado.