Trump creyó que el mundo giraba a su antojo, pero la realidad, cruda como la que tenía en las mañanas Yeltsin, le demostró que ni siquiera la Casa Blanca es el centro del universo. El problema con asumir que se tiene control absoluto sobre un ajedrez geopolítico tan complejo es que, a veces, las piezas tienen su propia voluntad, y más si esa pieza es un necio vivaracho como Vladímir Putin. Lo que parecía un idilio de conveniencia entre dos líderes fuertes terminó en un tango de desencuentros, dejando a muchos con la sospecha de que, si bien Trump es un personaje de reality show, Putin es el guionista.
La verdad es que, si bien el ego de Trump no tiene comparación, su comprensión de las dinámicas internacionales se asemeja a la de un turista que cree entender una cultura con solo visitar un restaurante. Trump, con su estilo transaccional, probablemente imaginó que podría “negociar” la lealtad o, al menos, la docilidad de Putin. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que Rusia, con su milenaria desconfianza hacia Occidente, no se pliega fácilmente. Y si bien algunos analistas en su momento se rasgaban las vestiduras previendo una alianza inquebrantable, la realidad fue más bien la de un par de gallos en el mismo gallinero, cada uno buscando su propio grano. Es como si Trump esperara que Putin hiciera un mic drop solo porque él lo pidió, ignorando que el mic en cuestión era ruso y con décadas de tradición en el escenario internacional.
Mientras la historia recordará a Trump como el equivalente de Mijaíl Gorbachov pero de Estados Unidos —un líder ingenuo, que sin quererlo, sembró las semillas de un cambio profundo y la desestabilización de su propia esfera de influencia—, Putin se alzó como el verdadero estratega. La trampa no fue para Putin; la trampa fue para Trump, quien subestimó la independencia y los intereses a largo plazo de Rusia. Al final, lo que queda es la lección de que en el tablero global, la soberbia es el peor de los consejeros, y creer que se puede dictar la voluntad de naciones milenarias es, francamente, una fantasía digna de Hollywood, pero no de la geopolítica real.