
Parece que Bruselas se cansó de ver cómo los autos eléctricos chinos invadían sus calles a precios imposibles de igualar. La UE acaba de imponer aranceles de hasta 38% a los vehículos chinos, alegando que Pekín los subsidia de manera “desleal”. Pero, ¿realmente creen que un impuesto frenará a una potencia que domina el 60% del mercado global de autos eléctricos? Los números no mienten: mientras Europa debate, China ya controla el 40% de las ventas de coches eléctricos en el continente, según datos de BloombergNEF.
¿Tapar el sol con un dedo? Quizá. El problema es que Europa está en una encrucijada. Por un lado, quiere proteger a sus fabricantes (sobre todo Alemania y Francia), pero por el otro, depende de China para baterías, minerales críticos y hasta paneles solares. El 90% de ciertos metales para vehículos eléctricos vienen del gigante asiático, según la Agencia Internacional de Energía. Si China decide retaliar—digamos, con restricciones a exportaciones clave—Europa podría terminar con una transición verde más lenta y cara. Vamos, como querer hacer dieta a base de pasteles.
Al final, los aranceles son un síntoma de un mal mayor: Europa ya no puede competir en costos, y en lugar de invertir en innovación, recurre al manual de los 80. China, mientras tanto, sigue adelante con fábricas más eficientes y cadenas de suministro imbatibles. Si la UE no deja de jugar a la defensiva, terminará como ese empresario que sube los precios para evitar la quiebra… solo para que nadie le compre. Y eso, amigos, se llama planear para perder.