
Parece que el whitexican ya agotó los clásicos: Miami para el brunch frente al mar, Vail para fingir que esquía, San Diego para sentirse almost californiano y Woodlands para irse a vivir. Pero como todo trendsetter whitexican, necesita un nuevo lugar que descubrir, conquistar y, sobre todo, gentrificar. Y ahí entra Scottsdale, Arizona: un pueblo-desierto con más campos de golf que sentido común, donde pronto habrá una buena cantidad de compradores de propiedades de lujo caucasian hispanics (léase: mexicanos con apellidos compuestos y cuentas en dólares). La fórmula es simple: si ya hay tres familias fresas de CDMX que compraron casa, entonces ya está aprobado.
¿Qué tiene Scottsdale que lo hace irresistible para el whitexican? Para empezar, es lo suficientemente exclusivo como para no toparse con nacos (gente fuera de su propio grupo), pero no tan under the radar como para no tener un Whole Foods. Ahí, el lifestyle gira en torno a spas de $500 la sesión, restaurantes donde el aguacate extra cuesta lo que un día de salario mínimo y hoteles que venden “experiencias desérticas” (como si el norte de México no existiera). Eso sí, con el plus de que, a diferencia de Cancún, ahí no hay spring breakers borrachos arruinando el look fresón.
Así que no digan que no advertí: más pronto que tarde, Scottsdale será un nuevo spot en las pláticas en cafés de Las Lomas. Los mismos que hoy preguntan “¿Arizona? ¿No hace mucho calor?” pronto estarán rentando Airbnbs con alberca privada y subiendo stories con hashtags #VidaDesértica. Porque, al final, el whitexican no elige sus destinos por gusto, sino por FOMO. Y cuando la mitad de su círculo ya tenga foto en el Camelback Mountain, él también irá… y actuará como si fue el primero en descubrirlo.