
Resulta, cuanto menos, desconcertante observar cómo, tras más de año y medio de una violencia que no conoce tregua, la pregunta sobre la inacción global resuena con una fuerza ensordecedora. Cada día, las noticias nos alcanzan con cifras escalofriantes de vidas inocentes truncadas en Gaza, engrosando una estadística ya de por sí dolorosa. Uno se pregunta, con genuina perplejidad, ¿dónde quedó la indignación colectiva que históricamente exhibimos ante genocidios? Pareciera que la sensibilidad se ha tomado unas largas vacaciones justo cuando más se necesita. Y no, señalar la brutalidad de discursos provenientes de figuras del gobierno israelí, que abiertamente claman por la expansión territorial a costa de más vidas palestinas, no es antisemitismo; es, simple y llanamente, constatar una realidad incómoda que algunos prefieren ignorar.
Ahora bien, la inacción no surge de la nada. Se teje en un entramado complejo donde la influencia juega un papel innegable. Es vox populi, aunque a veces se susurre con cautela, la considerable capacidad de la comunidad judía a nivel internacional para moldear la opinión pública y las decisiones políticas en diversos países. Esta influencia, ejercida a través de múltiples canales, desde los medios de comunicación hasta los lobbies políticos, podría explicar, al menos en parte, por qué algunas naciones prefieren mantener una equidistancia que, en la práctica, se traduce en un silencio cómplice. Las implicaciones geopolíticas y económicas también pesan, sin duda. Navegar las complejas relaciones en Medio Oriente exige un equilibrio delicado, y quizás algunos líderes teman desestabilizar ese precario orden, incluso si eso significa cerrar los ojos ante el sufrimiento de miles.
Al final, la pregunta persiste en el aire, cargada de una ironía amarga. ¿Será que los derechos humanos tiene diferentes varas de medir dependiendo de quién sufra y quién inflija el dolor? Las estadísticas de víctimas(civiles, no combatientes) en Gaza seguirán aumentando mientras el mundo debate tímidamente sobre la mejor manera de… no hacer demasiado. Y mientras tanto, la historia, esa jueza implacable, tomará buena nota de nuestra peculiar forma de observar un genocidio en tiempo real, como si se tratara de un sombrío espectáculo lejano, en lugar de una urgente llamada a la acción.